01 junio, 2015

Las Cortes que anticiparon el Renacimiento

Las Cortes de León de la primavera de 1188 fueron las primeras que dieron voz y voto al brazo o estamento de los burgueses y ciudadanos en toda la Historia, convirtiéndose en el arquetipo a seguir por los más importantes reinos cristianos de la época y, a su vez, en la Cuna del Parlamentarismo y el germen político y social del Renacimiento más de un siglo antes de que éste comenzara en Italia durante el 'trecento'. Un ejemplo que no nació de la nada: la Corte situada en el viejo campamento romano de las legiones VI y VII había creado en el año 1017, más de 150 años antes, los primeros derechos individuales de la Historia Europea en el Fuero de León.

¿Rey por la gracia de Dios o por que el pueblo así lo decide? El debate iniciado por los pensadores medievales sobre la naturaleza de la Soberanía Regia era algo que en León, el reino más importante de la Europa Cristiana Medieval entre los siglos XI y XII, ya se tenía muy claro. Mientras Güelfos y Gibelinos combatían literalmente en los campos de batalla y en los políticos durante el siglo XII para defender la supremacía del Emperador sobre el Papa, o viceversa, en el reino del solar astur legionense tenían bien claro que el rey lo era porque el pueblo lo permitía. Tanto, que incluso por permitir, le concedía ser rey por nacimiento para cumplir con algún precepto divino que diera excusa al 'bien quedar' propio de estas tierras. 

Los reyes de León siempre tuvieron claro que sin el pueblo no iban a durar. Ejemplos son Sancho I "el Craso"', que era tan gordo que al no poder montar a caballo le echaron del trono, aunque lo recuperó al final tras una cura radical de adelgazamiento en la Hispaniya musulmana, para morir envenenado pocos años después. Su sustituto entre medias, en el particularísimo Juego de Tronos leonés, fue Ordoño IV; al que llamaron probablemente de forma injusta 'el Malo' —hubiera sido mejor casi 'el Cobarde'—, tampoco fue precisamente adorado y duró poquísimo. Un reino en el que el monarca estaba obligado a ser el juez en la plaza de la Catedral de cualquier disputa entre un plebeyo y un noble, algo tenía en su estructura político y social que tenía que desembocar en el reconocimiento total de la plebe como actor que decidiera el destino de todo el territorio. Jugársela a un pueblo poderoso —que incluso impidió durante tres años que Fernando I pudiera ser coronado en la catedral legionense, tras 'matar' a su cuñado Vermudo III en la batalla de Tamarón—, no parecía ser buen negocio.

Un reino en peligro

Las Cortes de la primavera de 1188 que se celebraron en León fueron la expresión máxima de varias cuestiones. La primera, la debilidad del nuevo rey niño, Ildefonso (o Alfonso), el llamado 'noveno' según la historiografía castellanizada española y en realidad el octavo de León (el rey denominado Alfonso VIII sería el III de Castilla), que se encuentra una madrastra que quiere arrebatarle el trono en favor de su hermanastro y una situación política económica delicadísima: asediado por su primo (el monarca castellano), su tío (el rey portugués) y con prácticamente ruina para levantar un ejército que solventara los ataques del Este, el Oeste y el potentísimo 'califato' almohade al Sur, que había notado la debilidad del reino leonés y quería aprovecharse oportunamente de ello.

Un joven que se encuentra con la situación más extrema que se pueda encontrar el viejo Reino, la cabeza del Imperio Hispaniense de su abuelo Alfonso el VII, el lugar desde donde su tatarabuelo Alfonso el VI recuperó la capital visigótica, Toledo; él, con el mismo nombre que esos dos familiares tan excelsos, está a punto de perderlo todo. Y necesita una solución. Y que sea inmediata.

Seis siglos de Cortes Estamentales nacieron en León

Alfonso el niño, cumplidos escasamente 17 años, se encuentra en una tesitura muy difícil. Sus consejeros, sabiamente, le hacen comprender que los beneficios del fuero de su otro antepasado, Alfonso "el Noble" (nominalmente el V del reino asturleonés y el abuelo del VI) son deseados por la burguesía y los artesanos de todas partes de su reino. Además, su primo el Alfonso castellano había convocado, con voz pero sin voto, a la plebe en Carrión hacía días, mostrando ésta su disgusto por no poder decidir. Era el momento perfecto, el golpe de mano para que todos apoyaran al joven monarca, para que le cedieran los caudales necesarios que permitieran recomponer las mesnadas. El momento para demostrar que León era mucho más reino que ninguno. Y nada que no se hubiera hecho desde hacía más de cien años en la vieja capital y las otras ciudades del territorio legionense.

Las Cortes de 1188 no surgieron de la nada, León ya llevaba defendiendo derechos ciudadanos individuales más de 150 años.
Como se ve, los eruditos de la Corte Leonesa hilaban fino y aprovecharon la circunstancia para completar lo ya recorrido desde el año 1000. Las Cortes de León de abril de 1188 supusieron la declaración de los Decreta para todo el reino, un conjunto de derechos individuales y colectivos que ya se aplicaban desde 1017 en León y luego con asiduidad en varias ciudades y villas para todos: nobles, curia y 'cives' (ciudadanos). Sin embargo, no hay nada novedoso. "Las cosas no surgen de la nada", afirma Fernando Arvizu Galarraga cuando habla de este Concilio 'supervitaminado' de finales del siglo XII. León es ya sede desde la segunda década del año mil de los primeros derechos individuales europeos que conformarían el Humanismo del Renacimiento y devengarían en la Democracia Occidental que surgió de la Revolución Francesa como Derechos Humanos. Seis siglos nada menos de Cortes Estamentales europeas (de 1188 en San Isidoro hasta pocos años después de su comienzo del fin en la Asamblea del Juego de la Pelota en la Francia revolucionaria de 1789) tuvieron origen en León.
A imagen y semejanza de Roma

Eruditos, expertos en legislación y escribidores del Fuero Juzgo, reino de monasterios importantísimos, una población que llevaba más de ciento cincuenta años haciendo valer sus derechos e 'imponiéndolos' a sus monarcas. Un "locus apellationis" donde el leonés se ponía a la misma altura que el noble y sólo consideraba al Rey como árbitro de sus disputas. Una familia real que se mezclaba con ciudadanos que conocían perfectamente de sus cuitas y problemas, junto a sus asuntos más personales. 160 años después del Noble Alfonso V, con una estructura político social bien manida de un fuero donde se protegía la propiedad privada y se otorgaban derechos ante los juicios a las mujeres; que a partir de entonces pudieron heredar y defenderse ante los jueces sin el marido presente, entre otros muchos derechos. León ya había sido la ciudad que asumió y encumbró como propia a la primera Reina de Europa (Urraca, la abuela del nuevo joven Rey). Un territorio en el que se habían reproducido normativas de este tipo en otras ciudades (fuero el de León que, por ejemplo, es la base del de Logroño, a su vez el de los Fueros Vascos con el tiempo). Por no hablar de los primitivos concejos de los pueblos libres, asambleas democráticas sobre los bienes comunales cuyo origen se puede sondear a finales del siglo IX. Los leoneses estaban acostumbrados a ello de sobra. Todo estaba listo para que el pueblo hablara y decidiera, aunque fuera como 'brazo' o estamento, en las Curias o Concilios donde hasta entonces sólo se reunía nobleza y clero con el monarca para considerar el destino de todos.

León era una ciudad que asumió y encumbró como propia a la primera Reina de Europa; un reino en el que se habían reproducido fueros con derechos ciudadanos en otras muchas poblaciones a lo largo de 160 años.
Todo listo sí, pero son los consejeros de Alfonso los que en momento de debilidad sí ven y aprovechan una oportunidad de engrandecer al ya "Imperium Legionense", el 'Regnum inter Regna' (el reino de reinos) de la Hispania Medieval. De ser ejemplo, y, de paso, conseguir el apoyo (más bien el dinero necesario) de todos sus súbditos. A imagen de la Vieja Roma —de donde surgió la muralla legionaria que protegía de forma más que sólida la ciudad donde se ubicaba la Corte de la monarquía legionense—, cuando cedió la ciudadanía a todos los habitantes de su territorio para solventar una de sus enormes crisis históricas.
Y San Isidoro acoge una reunión con nombres romanos. Tres brazos o estamentos, los 'bellatores' (los que hacen la guerra, los nobles), los 'oratores' (los que hablan, los cultos, la curia de la iglesia) y los 'laboratores' (los que laboran, trabajan, los ciudadanos burgueses y artesanos), que han de votar en mayoría (mínimo 2 a 1) para aprobar lo que el Rey les solicite o ellos al Rey; que debe aceptar lo acordado. Y en la Basílica construida por Doña Sancha, donde estaría escondida a la vista de todos la Copa de Cristo, se crearon los Decreta aprobados con la palabra del pueblo llano, sin nobleza pero con la voz de la experiencia. La primera voz en Europa en la que se representaba a todos los habitantes de un territorio.

Jesús María López de Uribe
ileon.com  04/05/2015